Delicadezas Culinarias: 11:32 pm, Neiva Huila en la década de los 70's. Un constipado borrachín retorna a su casa después de una novena bailable. Un par de horas atrás en la celebración navideña y en medio de una ataque intempestivo de hambre, nuestro famélico y sigiloso personaje irrumpe en la cocina para procurarse unos bocadillos que contrarresten un tanto los efectos del licor. En el mesón descubre una bandeja de populares buñuelos, junto a lo que parece ser una miel clara o almíbar para acompañarlos. Toma un plato y se sirve una cantidad considerable de buñuelos y los rosea con un generoso chorro del caramelo liguero que se encontraba cerca. Engulle de manera apresurada para evitar ser descubierto, encontrando una cierta insipidez en su platillo y un exceso de grasa en la preparación, pero con la insensibilidad propia del alicoramiento hace caso omiso a esta experiencia gastronómica y en segundos deja desnudo el plato. Regresa al festejo para terminar de beber media botella de anisado que había encaletado, y en un sincronismo perfecto al finalizar la última gota del trago, una sensación de desalojo intestinal lo aborda obligándolo a abandonar la escena delictual. 11:33 pm, el borrachín atraviesa apresuradamente la puerta de su casa y extrañamente se dirige a la cocina. Con solo ese delirio artístico y creativo que aflora con la bebida, abre el horno de la estufa y toma una sartén, baja sus pantalones y deposita la inmundicia que lo atormenta de manera delicada en esta superficie metálica, cayendo en cuenta de que el famoso almíbar para buñuelos no era tal, sino simplemente el aceite donde se habían freído (causal de su gran molestia estomacal), sube sus pantalones y acomoda de nuevo la paila dentro del horno, se dirige a su habitación y se desploma en la cama. Al otro día alguien encontrará esta perfección culinaria presentada a manera de canapé dentro de la hornilla, provocando varias sensaciones corporales, entre ellas el vómito.
El Tobogán: En la habitación del segundo piso de un apartamento centralmente ubicado en la capital colombiana, un recién levantado mozalbete se dispone a emprender el nuevo día. Todavía adormitado sale de su cuarto y se dirige al inodoro para eliminar el producido de la noche de descanso. En medio de silbidos y tarareos de canciones vallenatas, se sienta en el ovalado receptáculo para desperdicios orgánicos y empieza a liberarse en un acto de purificación mañanero. Termina su cometido y descarga la cisterna; minutos después escucha gritos y maldiciones provenientes del garaje ubicado en el primer piso. No presta atención y continúa con la labor de limpieza. En el garaje de un apartamento centralmente ubicado en la capital colombiana, maestros de obra rompen la baldosa del recinto para tratar de descubrir un daño de humedad relacionado con la tubería de aguas negras. Martillan y rompen hasta llegar al conducto de desagüe, el cual se encuentra roto en la parte superior con un orificio de unos 2o cms. Mientras analizan el caso escuchan como se aproxima desde el segundo piso la descarga de un inodoro y sin tiempo de reacción en cuestión de segundos se ven salpicados de la cintura para abajo, de un líquido cafesoso y maloliente. El comentario de uno de los obreros en los días siguientes hará referencia a lo raro que se ve el excremento deslizándose por la tuberías, y en medio de risas dirá que si de ahí será que se inventaron el tobogán.
Disolvencia a Negro: Una calurosa mañana en un paseo finquero familiar y a causa de síntomas como taquicardia, dolor de cabeza, enfermedad estomacal y malestar general, un enguayabado personaje lentamente se dirige al baño para tratar de reponerse de alguna forma de su intoxicación etílica. Se sienta en el sanitario y aplicando la milenaria maniobra de sostener la caneca de lo papeles para el vómito mientras que por el otro extremo se intenta excretar, primeramente ocurre lo de la trasbocada, dejándolo agotado y palidecido. Terminada la sesión de devolver el contenido estomacal, nuestro amigo intenta desalojar el contenido intestinal. Se inicia una faena de pujidos y esfuerzos agotadores e infructuosos que al pasar los minutos lo debilitan, haciéndolo sudar frío y robándole los pocos alientos que le quedan. Un último envionazo de fuerza termina por agotarlo finalmente; empieza a ver borroso y con manchas negras, pierde fuerza en todas sus extremidades, su presión sanguínea se baja y termina por desmayarse en un fundido a negro. Minutos después vuelve en sí y se encuentra rodeado por varias personas que con extraña mirada tratan de comprender si fue obra del diablo o de un abuzón, que el enfermo se encuentre atorado dentro de la taza del inodoro con sus piernas colgando como las de un infante. Como pueden lo desatascan mientras el agua escurre por su parte posterior y lo llevan a que se recupere. Meses después todos reirán sobre este absurdo incidente. Comer tanto pan te puede taponar. Hacer tanta fuerza no lleva a ningún lado.
Todos están Invitados: En una entretenida fiesta de despedida que incluyó una gran variedad de cervezas, vinos, tragos fuertes y el perfumado Pisco Chileno como personaje principal, un delirante beodo planea una celebración alterna, un festival macabro en honor a las heces fecales. Su plan es muy simple, hacer la mayor cantidad de deposiciones en diferentes sitios del lugar. Primero santifica o maldice el inodoro de servicio de la fiesta, con una descarga incontrolable que asusta y llama la atención de algunos de sus allegados. Como segundo acto decide bajar al garaje de la edificación para realizar un segundo rito maléfico. Se acurruca y despide una segunda carga de excrementos en el pavimento del lugar, sus compañeros preocupados por su comportamiento casi que demoníaco, lo intentan levantar e incorporarlo de su posición excretora. Para sorpresa de ellos la fuerza inflingida en la operación, hace que este se levante casi que disparado y caiga encima de sus ayudantes, embadurnándolos enteramente de residuos fecales. 2:00 am de la madrugada, un enfurecido caminante se dirige a su casa con no más vestuario que una camiseta, una gorra, unos calzoncillos y unos tenis. No pudo soportar el olor de la mierda en sus pantalones y prefirió quitárselos y darlos por perdidos. Nuestro chamán de la putrefacción se levantará al otro día en medio de un olor repulsivo y tendrá el peor guayabo moral de su vida. Será objeto de burla y remembranza hasta el día de hoy y los días venideros.
Sin prueba de ADN: Tres no inmigrantes colombianos se alojan en un modesto apartamento de una población cercana a Chicago en los Estados Unidos. Al pasar un mes de su confortable estadía, pasa lo que era inevitable; se tapona de forma inminente el único sanitario del inmueble. Dio una aguerrida batalla y soportó de manera heroica los ataques subversivos de sus inhabitantes para finalmente entregar sus armas y taponarse, quedando como un mártir abnegado de la salubridad. En un intento arriesgado de recuperar a nuestro héroe, uno de los huéspedes se envuelve la mano y el antebrazo en una bolsa plástica para intervenir al agonizante inodoro. En medio del agua turbia y los recovecos internos del aparto, se topa con un objeto enorme y duro como roca. El forcejeo se prolonga por varios minutos, hasta que la mano domina al taponador y logra sacarlo al mundo exterior. Nuestro héroe de cerámica vuelve a respirar y su nivel de agua retorna a la normalidad. Al medio día se analiza el causante de tal catástrofe, un espécimen cilíndrico y abultado en uno de sus extremos, de textura rocosa y con una longitud aproximada de unos 20 cms. Solo faltaba determinar con quién estaba emparentado esta abominación, para asignar culpabilidades; haría falta una prueba genética para conocer la paternidad. Minutos después apareció el tercer habitante y usuario del baño, por su contextura y sus desmedidos hábitos de alimentación y correspondiente defecación, fue fácil determinar quién había sido el causante del taponamiento y del espantoso bebé que lo ocasionó. No hubo necesidad de prueba de ADN.
///Historias basadas en hechos reales///